Marketing Post

Socia Medial, Marca, Branding, Comunicación y todo lo que quiere saber sobre el universo de las Redes Sociales

miércoles, 1 de junio de 2011

La tierra del olvido

Hace unos días fui invitada a un lugar donde el objetivo era ayudar a la gente. Un compañero de una organización, al cual no veía hace más de dos años, dijo que era un proyecto interesante. Le dije: ¡Listo Camilo, vamos! La salida fue un viernes a las 6 p.m, debíamos ir a un punto de encuentro donde nos recogería el transporte que nos llevaría hacía nuestro destino. Recuerdo que la noche era bastante fría, como por ahora es costumbre en Bogotá. Nos encontramos con dos compañeros de mi amigo, a el hombre lo distinguía, pero a su novia no. Nos presentaron como es debido y cogimos nuestros morrales. Andando entre un poco de llovizna subimos al bus y nos pusimos a platicar un poco sobre nuestras vidas mientras llegábamos hacia el barrio El Verbenal, en Ciudad Bolívar.

Como es mi costumbre, entre plática y recuerdo, miraba las calles por donde nos dirigíamos, siempre me ha gustado hacerme en el lugar que da hacia la ventana, para ver que pasa allá afuera; donde los carros vienen y van, las personas caminan con prontitud para llegar a sus casas o para comprar lo que será el desayuno del día siguiente. En el transcurso del recorrido, el bus cada vez subía y subía más, giraba hacia la izquierda, luego de unos metros hacia la derecha, y continuaba subiendo, cada vez más por calles sin pavimentar, con huecos, u otros desperdicios que rellenan esos cráteres de las calles. Finalmente el bus se detuvo a las 11:30 p.m., habíamos llegado a nuestro objetivo. Abrí la ventana de mi asiento y la nieblina era la primera "amiga" que me saludaba, luego el frío, y después una gran roca, que por la oscuridad, no pude distinguir bien.

Esa noche nos presentamos cada uno de los integrantes que fueron a trabajar en el barrio El Verbenal, ubicado en Ciudad Bolívar, al suroccidente de Bogotá. El frío era inclemente, tenebroso y lúgubre, queriendo demostrar su majestuoso poder a los recién llegados. Viviríamos tres días allí y de bienvenida pudimos notar que no sería fácil dormir por las condiciones climáticas. Pero si uno se detiene un momento y se pone a pensar que allí habitan todas las noches familias enteras, en condiciones de extrema pobreza, para nosotros, esos días, no podrían ser un sufrimiento, sino que se convertirían en un aprendizaje, que cambiaría nuestra vida, especialmente la mía.


Como advertí antes, el frío fue tenebroso, y en consecuencia no pude dormir esa noche. Me despertaba constantemente tratando de tomar un poco de calor en mis piernas, pero por más sleeping y cobijas que tuviera, no pude encontrar el calor que me da, gracias a Dios, una cama y unas cuantas cobijas que puedo aprovechar en mi casa. Como hacía tanto frío mis idas al baño se convirtieron en parte de mi rutina nocturna. Pero este baño al que iba no era como el que la mayoría de nosotros tenemos en casa, es decir, un baño normal. Allá el baño no tenía baldosa, sino lodo; su techo, era el cielo; sus paredes, el frío y la intemperie que acompañan las calles.




Al día siguiente nos despertaron a las 7 a.m., mi compañero de "habitación" seguía dormido, pero poco a poco cada uno de nosotros nos dábamos cuenta en donde estábamos. Desayunamos una deliciosa agua de panela, que por el frío se convertiría en nuestro bebida preferida. Nuestra chef australiana, (tiene 20 años) nos preparó unos deliciosos pancakes, acompañados con huevos revueltos. Ese desayuno nos daría la energía suficiente para recorrer las "calles" del barrio El Verbenal.

Salimos a trabajar y allí no existe asfalto, sino montañas de lodo, charcos y barro. Mi ignorancia geográfica me hacía pensar que no estaba en Bogotá, sino en un pueblo lejano. Pero me atrevo a asegurar que no fui la única en pensar de esa manera, porque para nosotros, los rolos de la capital Ciudad Bolívar no existe. Subimos, bajamos, escalamos y tratamos de entrar a cada una de las casas en la que realizaríamos una encuesta con el fin de saber si la familia calificaba para obtener una casa que duraría 5 años, y la cual estaba echa de madera sobre unos pilotes. Una casa sin baño, y sin habitaciones, tan sólo cuatro paredes; un techo, y un piso de cemento. El baño, si se puede llamar así, debe quedar afuera de la casa y tan sólo sería una letrina. La cocina, no puede existir dentro de la casa, pues como esta última es de madera hay riesgo de incendio.

Nosotros como voluntarios de la Fundación Un techo para mi país, vestíamos una camisa con dibujos alusivos a la fundación, la gente al vernos nos detenía y nos pedía que fuéramos a sus casas para allí realizar la encuesta y así poder tener la esperanza de poder tener algún día una casa "digna". Al entrar a cada una de las construcciones, la pobreza es nos da la bienvenida , es una pobreza extrema, y me sentí agradecida de lo poco que tengo, porque si para mi no es suficiente lo que poseo, para ellos es demasiado. Es diferente ver este tipo de cosas por televisión, en el noticiero, al estar allí presente y untarse de la gente(como decía algún profesor), puedes oler pobreza, conformismo, caras sin esperanza, pero sin duda alguna, una fuerza increíble. Fuerza, que me faltaba en esos días y que en ese momento no pude contener y mis lágrimas finalmente terminaron en el piso enlodado.

La encuesta básicamente consistía en una serie de preguntas que tratarían de determinar en qué condiciones vivía cada familia. Para mi, todas los hogares residentes allí necesitan una casa nueva, pero yo no soy autoridad para determinar eso, de ese tema se encargan los analistas de las encuestas. Las preguntas se referían a cómo tenían la casa; si el techo tenía huecos o el piso era en-cementado o de tierra; si las paredes eran de concreto o estaban echas de sábanas y papel colgante; si el baño era un sanitario con agua o, era un pozo séptico o una letrina.